Friday, November 03, 2006


El día que morí, las cosas cambiaron mucho.
Y no es que fuera un cambio malo. Simplemente es extraño despertar y no estar despierta realmente.

Me acosté en medio de una paz infinita. Cuando los primeros rayos del sol entraron por la ventana, no abrí los ojos. Y podía verlo todo. Ví cuando se dieron cuenta de lo que había pasado. Se supo que la viejita se había enfriado. Lloraron, y yo también quise llorar. Pero no pude. La calaca me dijo que no me preocupara... que ellos iban a estar bien al saber que me iba a un lugar mejor. Lo malo es que a los vivos les cuesta trabajo pensarlo, porque nunca han estado muertos.

Quizá en el fondo algunos presentían que no quedaba mucho tiempo.

Dicen que es terrible llegar a viejo; que el dolor de espalda es tan sólo uno de los padecimientos que acompañan la profunda melancolía por los recuerdos de la juventud. La verdad es que nunca lo sentí así. Es maravilloso mirar hacia el pasado y evocar las miles de experiencias que me permitieron ser lo que fui. Recuerdo los juegos de la infancia, la emoción del primer beso, la felicidad que sólo los hijos pueden dar. Recuerdo las risas de los amigos y el olor del cigarro de mi papá. Pienso en las lágrimas que derramé por mis muertos...

Ahora todo se entiende diferente. Estar muerto no significa el fin. Puedes sentirlo todo... cuando las personas que te quieren están tristes hay algo que te oprime el corazón, o lo que sea que esté en lugar de él. Si se sienten felices, el alma se reconforta y la paz vuelve. Se puede sentir cuando alguien piensa en ti; y aunque eso sucede también en vida, su intensidad es mucho mayor. A veces no nos damos cuenta de lo que significamos para alguien. Cuando estás muerto, es como si esa persona te llamara. Siempre estás ahí, pero no pueden verte. A menos que sean fenómenos de circo o anden jugando a la ouija.
No se dan cuenta.

El único día que uno puede hacer lo que se le antoje es el 2 de noviembre. Y se puede porque es nuestro día. El día de muertos. En México es fabuloso... la gente adorna sus casas con flores y con imágenes de la Catrina.

Por cierto, cuando tan distinguida señora vino por mí no sentí miedo. Tampoco esa bizarra simpatía que en vida le tenemos los mexicanos. Lo único que supe es que un cambio enorme se avecinaba.

El año en que morí, decidí visitar a quienes me recordaban en mi día. Dejaron un altar hermoso, lleno de velas y de pétalos. Estuve mil veces tentada a comerme ese rico pan de muerto. Pero no ... creo que se hubieran asustado.
Sólo mi nieto presintió algo. Todos dijeron que era producto de la imaginación infantil, y que debía entender que nos habíamos separado. La mayoría de las veces, cuando alguien crece se vuelve racional... absurdamente racional...
¿qué sentido tiene vivir si no se cree en nada? Pues no lo sé.

Estoy rodeada de mis queridos muertos, a los que tanto extrañé por años sin saber que estaban conmigo. A los vivos los cuido todos los días, mientras espero apaciblemente a que se reúnan con nosotros. Y no es que quiera que suceda rápido. Todo a su debido tiempo.
Vendrá un día en el que podamos estar juntos de nuevo.
Suena macabro. Suena extraño. Suena hermoso...

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