Monday, April 16, 2007

Hace mucho tiempo que no iba a una feria. Muchísimo. Recordaba que era divertido, pero definitivamente no imaginé que ir de nuevo me trajera tantos buenos recuerdos.

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La feria de San Marcos es enorme. En todo el centro no hay un solo espacio de estacionamiento, así que hay que caminar bastante. No es nada molesto, porque entre la caminata se pueden ver miles de cosas; desde gente bailando hasta niños deslizándose en el alto tobogán de nieve artificial. En ese lugar hay locales de recuerdos, de artesanías, dulces, bebidas embriagantes, y juegos de destreza: "Pásele a la argolla saltarina, la argolla saltarina; ensártela y así de fácil, así de fácil gánese un bonito premio ... a veeeer esos concursantes con pies de plomo, apúrenle que si no las lanzan menos oportunidades de ganar hay ... mire usted pásele, páaaasele al juego del gato, haga una línea y llévese el retrato de Licha Villarreal, y si no le gusta llévese entonces un bonito perro de peluche, ¡igual de bonito!"

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El pequeño "mocho" estaba muy sonriente, observando el caudal de gente (casi increíble) que se divertía en la feria. Lástima que no pudo subirse al carrusel. Se veía bastante emocionado con los caballos, que desafortunadamente tenían una falla y no permitían que nadie cabalgara por el momento. Lo que sí fue divertido fue convertirse en bufones involuntarios al tomar una foto estilo rancho mexicano. La escenografía y los disfraces se veían graciosos, por lo que la gente se amontonó. Satisfaciendo su curiosidad, observé no menos de 20 rostros sonrientes esperando los resultados. No olvidaré al señor de azul, quien insistía en que integráramos una botella de Tequila al cuadro familiar y parecía ser el más feliz entre el tumulto.

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Y nunca faltan las salvajadas. El mentadísimo bungee se eleva a grandes alturas, y no es el tradicional. En esta modalidad, los cables (resortes, o como se llamen) se enganchan a una esfera con tres pasajeros. De modo que cuando se sueltan no sólo salen disparados y experimentan la caída libre, sino que rebotan varias veces. Además, su forma permite que den más de 5 vueltas. Cuando están de cabeza, a una chica se le sube la falda y grita más que nunca. Puedo escucharla hasta la base del juego. Ni a golpes me subiría a una cosa así.

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Caminamos entre nubes de algodón de azúcar. Y no lo digo en sentido figurado. Al parecer el señor era nuevo en el negocio, porque uno de sus brazos (y también su gorra) estaban llenos de dulce. Algunos pedazos salían volando y se mezclaban con la gente, que pertinentemente los atrapaba en el aire para degustarlos. Algunos volaban tan alto que desaparecieron de nuestra vista.

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Junto al casino había dos cosas que llamaban la atención (incluso más que el tipo ebrio que un día antes había estado pidiendo insistentemente Jotos en la mesa de blackjack). La primera era otro ebrio, que contrató a la banda para tocar un par de canciones mientras él cantaba y bailaba como todo un norteño. Luego dejé de observarlo, porque tenía la mirada muy fija y temí que quisiera incluirme en su fiesta personal. La segunda era un grupo de pachecos (que bien pachecos estaban, en su mayoría) que tocaban música africana. Los tambores sonaban bastante bien, y había un gran círculo de espectadores. Algunos le echaban tantas ganas que contagiaban la energía. Dos mujeres pasaron al centro a bailar; lo hicieron muy bien. Después pasó un niño, como de 6 años, que causó sensación por su ritmo a tan temprana edad. Finalmente, cuando el sol se hubo escondido, un chavo de unos 17 danzó con fuego. En combinación con la música me pareció espectacular.

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Hubo que despedirse de la feria y de los acompañantes. Suena triste al principio. Afortunadamente, pude quedarme con una sonrisa en la boca hasta que me quedé dormida.



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