Sunday, March 11, 2007

(y sí... ya sé que parezco loca)


En medio de la penumbra. Sólo una débil flama, extinguiéndose en su recipiente, me daba luz. ¿Y para qué quieres luz? No sé... pero sí. No puedo leer, ni escribir. ¿Y? Pues nada, que quisiera hacerlo... ¡Maldito fósforo! Me quemé los dedos a cambio de un poco de fuego.


Qué linda es la calma de la oscuridad. El aroma acanelado que despide la vela. Y quiero escribir, aunque no vea nada. Pienso en lo bello que sería tenerte aquí, a la luz de esta llama que no alumbra.


Quizá la vida es así. Nuestro espíritu despide una energía formidable. Y como el fuego, baila sin mayor problema en medio de la oscuridad, del universo, de la nada absoluta. Como mi pluma, que va quién sabe a dónde sin un poco de electricidad o sol que la guíe.

Al fin dejé de intentar escribir y me tumbé en la cama. Pensé en lo que hacía la gente en otros tiempos, cuando no había focos y mucho menos televisión, internet y demás porquerías que atiborran nuestra cabeza de información que no elegimos y que poco deja a la imaginación. Todos estaban dormidos, así que el arte de conversar no era una opción para matar el tiempo mientras la Comisión Federal de Electricidad se dignaba a corregir el error que dejó sin luz a más de 4 cuadras. Pero mientras, pude estar atenta a todos los ruidos en los que pocas veces me fijo. Las patitas de Lola trasladándose desde el cuarto de mis papás al mío. El viento entre los árboles. Las gotas de lluvia estrellándose contra la ventana, lenta y acogedoramente (y la verdad es que ese sonido siempre me ha gustado). El sonido de mi respiración tranquila, sin nada qué hacer, nada de qué preocuparse. Pensé en miles de cosas al mismo tiempo. Pensé que si hubiera vivido en otros tiempos me hubiera encantado sentarme en la puerta de la casa a ver cómo pasa la gente. Cómo pasan las vidas. Charlar un poco con los conocidos que, igual que yo, estarían buscando un entretenimiento distinto de leer y escribir porque hacerlo de noche los dejaría ciegos.


Y así me quedé en mi cama. Imaginando lo que hay más allá de la luna y las estrellas. Soñando con tocarlas un día. Pensando si hay vida en otros planetas y si se parecen o no a nosotros. La débil luz de la vela hacía brillar los objetos reflejados en el espejo del tocador. Ahí estaba la imagen de mi siempre querida calaquita teotihuacana del día de Judas. De verdad que es extraño tenerla aquí, igual que a la calaca guanajuatense. Me hizo pensar en cuántos días de trabajo debió costar hacerlas, y en cuál sería el destino de las otras. La respuesta es fácil: las quemaron. Porque eso se hace con ellas el día de los Judas. En lugar de perecer en el fuego, ésta adorna mi habitación y brilla con el fuego que me alumbra. Cuestión de suerte, como todo lo que sucede en este mundo. O en el otro.


Y pensé en las cosas que me gustan. Como cuando se iba la luz y mi abuelo hacía figuras con las sombras en la pared. Pasábamos horas hablando, y jugando con las palabras.


Recordé miles de cosas. Pensé en lo que fue de mi pasado y lo que será de mi en el futuro. Se ve un poco borroso aun. Quién sabe si en unos años seguiré escribiendo de esta forma, si seguiré disfrutando oír la lluvia en medio de la oscuridad, mientras imagino un montón de cosas con sentido y sin sentido, sobre la energía, el espíritu, el amor, la amistad, lo blanco y lo negro, las flores, lo inmenso del océano y lo pequeño de las células que nos forman. Lo maravilloso, lo triste, lo aburrido, lo divertido, las lágrimas, las mariposas, los peces, las nubes, las aves, las montañas, la nieve............................... y lo profundo de la oscuridad... y lo extrañamente hermoso que es estar inmersa en ella, sola, pensando en este cúmulo de estupideces que quizá no lo son, y que por lo menos me mantuvieron entretenida. Apartada de todo durante unas horas. Hasta que el sueño me venció, e hice desaparecer la flama que acanelaba el aire de mi cuarto.

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