Tuesday, May 01, 2007

Cada vez que sostengo entre mis manos fotografías de la infancia vienen a mi mente un montón de recuerdos. Es verdad que hay algunos amargos. Pero la inmensa mayoría son tan buenos que con frecuencia me sorprendo a mí misma esbozando una gran sonrisa.
- ¡Qué jardín tan grande!
- Dice mi papá que va a tener pasto
- ¿Y vamos a poder dar marometas?
- Yo creo que sí... ¿pero ahorita qué hacemos?
- Correr...
- Y jugar con la tierra
- A mí lo que me gusta es comérmela
- ¿Y si construimos un puente?
- O una casa
- O un castillo...
La memoria no me falla. Lo sé porque las fotos no mienten. Y ahí estamos, en la cochera, Pamela, Pepe, Daniella, Ale y yo. Todos manchados de lodo, pero bien contentos.
Por ahí de los 7 años de edad, comenzó la tradición de visitar a mis abuelitos en Comala cada verano. Hacía un tremendo calor, por lo que las primas aprovechábamos para refrescarnos en la pila de la casa. No era muy grande, pero excelente para jugar un buen rato. Recuerdo como si hubiera sido ayer (y ya empecé a hablar como anciana) que traíamos de moda las Olimpiadas de Barcelona. Así que jugábamos a que éramos clavadistas. Ninguna podía pedir México, porque si no empezaban los pleitos... no sé porqué, pero yo siempre terminba eligiendo Rusia. Lo mejor es que siempre ganábamos todas la medalla de oro, para no despertar envidias ni mucho menos. Y Adriana hacía un gran espectáculo de concentración antes de echarse al agua. (JAJAJAJA)
Supongo que siempre la pasábamos bien en el agua, porque a la hora de bañarse era igual. Nunca quedábamos completamente en cueros, por aquello del pudor. Llenábamos el piso del baño con agua enjabonada y nos deslizábamos de rodillas, hasta topar con pared. Jugábamos a darnos vueltas en el mismo jabón para ver quién aguantaba más, nos hacíamos vestidos y peinados con la espuma... imaginábamos cascadas, ríos, lluvia. Y cómo olvidar la jugarreta entre mi prima y yo, para asegurarnos de que siempre le tocara secar el baño a la otra. (Umm... y eso duró años, ¿cómo es que no se daba cuenta?)
Un día Ramsés nos enseñó a hacer burbujas con un poco de detergente. Recuerdo que la pasamos muy bien ese día (de hecho, tengo una foto en mi pared). A partir de entonces nos volvimos aficionadas. Hacíamos trenes de burbujas, o nos subíamos a la azotea para que el niño de los vendedores de la iglesia se divirtiera tratando de reventarlas. Qué tiempos aquellos... Ni qué decir de los "tesoros" que enterramos tantas veces en casa de mis bisabuelos. A veces todavía me pregunto si seguirán ahí, si algún día las encontrará un curioso o permanecerán ahí hasta el fin de todo.
[Ustedes están presentes en todos mis recuerdos infantiles]
También recuerdo, y no puedo evitar carcajearme cada que lo hago, las anécdotas tijuanenses tales como el juego de "¡Liberen a Willyyyy!". Aunque siempre temí que mi abuela fuera a caerse cuando aventaban la ballena gigante de peluche por las escaleras, debo aceptar que me daba mucha risa.
- Aaaaah pá, me dijo joto....
- Ya cállate y vete a tu cuarto, regresas cuando te calmes
- Pá... ya me calmé
- No es cierto
- ¡Que siiiiiiiiiií, que ya me calmeeeeé!
[Y no se me olvida que me distraían mientras Santa escogía los regalos que amanecerían al día siguiente]
No cabe duda. De niña, todos los días me levantaba con una sonrisa. Quizá es por eso que me rehúso a convertirme en una adulta aburrida, y continúo riéndome de todo lo que puedo.
Lo mejor de todo: que aun me llevo con muchos de quienes marcaron mi infancia.
¡Los quiero!

1 comment:

Marco said...

Marion!! haha pude ahogarme de risa con este post! y mira que yo no conozco a tus compañeros de travesura pero aaay cómo me reí!!!

Me encanta leerte. Saludos!